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Baile

Los códigos de la milonga

Un repaso por algunas normas de convivencia que rigen en el ámbito de la milonga. Cabeceo, circulación, disposición de las parejas, rol de género, son algunos ejemplos de esta normativa tácita del salon de baile.
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Cualquiera que se haya sumergido por un tiempo en el mundo milonguero habrá escuchado, tarde o temprano, alusiones a “los códigos”, conceptos de por sí vagos y no sólo en el campo del baile social de tango. De hecho, una de las acepciones de código es la de algo enigmático, cifrado o conocido sólo por unas pocas personas, como el código de una caja fuerte. Otra proyección de su significado apunta a los valores compartidos que facilitan un entendimiento entre pares. Y la verdad es que un poco de todo eso hay en los llamados códigos de la milonga.

Producto de las costumbres que a su vez se fueron puliendo en función de una convivencia lo más armónica posible, fueron surgiendo, acumulándose y modificándose entre los bailarines de pista una serie de conductas más o menos repetidas. Son normas tácitas, pero extendidas, que rigen buena parte de los movimientos que se registran en el salón. Basándonos en aquella idea de que mi derecho termina donde empieza el de los demás, podríamos afirmar que la mayoría de los códigos permiten pasarla lo mejor posible molestando lo menos posible al prójimo. Una linda idea, y no sólo para el tango. Si –como bien sostienen el DJ Osvaldo Natucci y la docente Susana Miller– la milonga es una fiesta, los códigos contribuyen a que fluya sin sobresaltos, reduciendo los malentendidos al mínimo.

Para acercarse al circuito de las milongas conviene conocerlos y, en lo posible, entenderlos, aunque más no sea para violarlos, ya con cierto fundamento.

Entre los principales códigos, pueden enumerarse los siguientes:
Se invita a bailar cabeceando. El famoso cabeceo es un contacto visual que se prolonga en sutiles gestos de invitación y aceptación. Al generar instancias previas a la invitación en sí, este sistema evita los rechazos y encripta esa comunicación entre los dos protagonistas: quien invita y quien es invitado.

Si la mujer desea bailar con distintos hombres no debe mostrarse en pareja. Por motivos diversos, que van desde el respeto a su acompañante hasta oscuros vericuetos de la psicología masculina, la mujer que llega o se va acompañada sólo por un hombre, se sienta solamente con un hombre o se besa en la boca con alguien, tiende a ser descartada por el ojo del varón.

Uno de los dos lleva y el otro sigue. Estos roles, claramente definidos, son necesarios para alcanzar la coordinación que tanto maravilla del tango danza. Puede verse como machista, por el hecho de que el rol de conductor suele ser ejercido por el hombre y la mujer (habitual encargada de seguir) debe “entregarse” a sus decisiones, pero es parte fundamental de la mecánica convencional del baile. Si bien se miran, la mayoría de las danzas populares incluyen este requisito. Ocurre que en el tango parece más imperioso por la mayor cercanía entre los cuerpos propia del abrazo tanguero.

Se circula en sentido antihorario. En una analogía del sistema solar, las parejas tienen (igual que los planetas) movimientos de rotación sobre sus propios ejes y movimientos de traslación a largo de la pista. Esos movimientos de traslación ocurren en sentido contrario al de las agujas del reloj. Contrariar esa norma provoca choques, algo que debe evitarse al máximo, por la propia pareja y por los demás.

Los más hábiles bailan por los bordes y los menos hábiles por el centro. Sólo los bailarines con cierta experiencia aceptan la mayor exposición visual que implican los bordes. Por otro lado, es un área que requiere más destreza (al estar en general más poblada) y mayor desplazamiento en la pista con una determinada dirección. Bien podría pensarse que más que conciente este ordenamiento es natural, ya que el menos ducho, por más que lo intente difícilmente pueda mantenerse en una hilera tan definida como la que se forma en el último “anillo” concéntrico de la pista.

Las parejas no se pasan. Salvo que la pareja que nos precede se haya detenido por mucho tiempo, cabe siempre esperar apelando al ingenio, cual avión que da vueltas ante un aeropuerto congestionado. Es que la ansiedad de pasar a una pareja, además de descortés, suele redundar en un choque en ese lugar deseado, adelante de ambos. Lo más probable es que las dos parejas confluyan y choquen o se molesten, dejando un espacio vacante detrás.

Se baila bajo y tan extendido como la situación lo permita. Los pasos de la milonga tienden a ser módicos, lejos de la espectacularidad del escenario, para evitar al máximo las lesiones y por una estética de sobriedad que prima en la mayoría de los salones. Lo ideal es bailar para la pareja y no para las miradas ajenas. Quedan en general minimizados los voleos y ganchos altos, así como algunas barridas. Los tacos (particularmente femeninos) son muy peligrosos para la indumentaria y la anatomía de los vecinos. Esta precaución se extrema cuando la pista está muy poblada y se relaja cuando hay más lugar disponible.

En caso de choque, se pide disculpas. Si bien la gran mayoría de los choques son involuntarios, todo contacto perceptible es una molestia y un corte a la fluidez que caracteriza al baile. Por eso, corresponde que el principal responsable del choque pida disculpas, o que ambos lo hagan cuando la responsabilidad es más o menos compartida. La disculpa corresponde al varón y suele llegar a través de un sutil gesto con la mano o de una palabra a media voz previo contacto visual con la pareja perjudicada.

Durante el baile no se habla. La concentración que requiere el baile, así como una atenta escucha de la música que está sonando, desaconsejan los diálogos durante el baile. En la milonga abundan otras ocasiones para charlar.

El baile no se detiene ante desinteligencias entre los miembros la pareja. Aunque frecuentes, las marcas que no llegan o los pasos que no salen según lo previsto suelen ser minoritarios y conviene no sobredimensionarlos con detenciones del fluir coreográfico y mucho menos con discusiones sobre qué falló.

Entre tema y tema se rompe el abrazo. Hay un período de aproximadamente 10 segundos en el que la pareja descansa del tema anterior, se desprende de aquella lógica musical y se prepara para la siguiente consigna sonora al tiempo que “cata” la nueva pieza, como quien vislumbra de qué va lo que vendrá.

Las mesas deben estar alrededor de la pista. Una distribución tal del público sentado permite el cabeceo cruzado a través de la pista entre tanda y tanda, suele generar pasillos para circular sin interrumpir el baile y permite una visión lo más equitativa posible de la pista. Observar a las parejas, además de enriquecedor y placentero, resulta muy útil para elegir al futuro compañero o compañera.

La música se organiza en tandas. Grupos de aproximadamente cuatro temas se suceden separados por cortinas de menos de un minuto. Cada tanda tiene una característica que aglutina a los temas que la componen, ya sea la orquesta o el ritmo (tango, milonga o vals). El final de cada tanda habilita un segmento para descansar, ir al baño o simplemente cambiar de compañero. El tiempo más bien previsible de cada tanda facilita, a su vez, el despliegue de estrategias.

Los habitués se ubican en el mismo lugar. Esto facilita su ubicación y reconocimiento, tanto para quienes buscan a quién “sacar”, como para quienes esperan ser “sacados”. Por lo general, las mesas implican a su vez un espacio de pertenencia importante, que potencia o genera vínculos de diverso tipo: amistades, parejas, conocidos, etc.

En la pista se baila, no se estaciona ni se camina. Por respeto a los bailarines, que en muchos casos ya se ven limitados por la cantidad de colegas en pista, no se debe ocupar espacio para conversar, observar o pasar caminando. En caso de que no haya pasillos disponibles para dirigirnos a nuestro destino, siempre cabe la posibilidad de esperar el final de la tanda.

Estos códigos, como muchos más que podrían agregarse, también mutan (como mutaron) a través del tiempo, pero la mayoría se mantienen llamativamente fieles a la tradición. Otros, directamente, tienden a desaparecer, como las prescripciones de indumentaria. Los códigos tampoco se respetan por igual en todas las milongas y hasta hay algunas en las que su grado de cumplimiento va variando según el día de la semana o a lo largo de la misma noche, junto con la renovación de público.

En su libro “La pista del abrazo”, Gustavo Benzecry Sabá reúne 36 códigos, algunos de los cuales fueron tomados como referencia para esta reseña. Docente e investigador, fue él uno de los pocos que se tomó el trabajo de recopilar y comentar estas normas tácitas que reformulan en tiempo de baile ciertos valores culturales hoy en crisis (como la consideración hacia el prójimo, la protección de la mujer y la cortesía en general). Son principios que no definió nadie en particular, sino todos de manera colectiva y a lo largo del tiempo. Un intento acotado, humilde, pero relativamente exitoso, de concretar esa hermosa utopía de que todos la pasemos lo mejor posible. Al menos por un rato.

 
Crónica: Carlos Bevilacqua
 
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Sebastian LinardiExtras
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